Me encanta la publicidad. ¡Es verdad! No me importa que la película se detenga para poner publicidad, bueno al menos cuando la publicidad es buena, original y fresquita. Toda esa creatividad, esas ganas de convencernos a comprar algo, como nos seducen con humor, con imágenes que tocan nuestra sensibilidad... Hay anuncios que, de hecho, son obras de arte y enamoran.
Pero esas obras de arte también son peligrosas, son armas que luchan por el consumismo, por nuestra preferencia, por nuestra cartera, nuestra tarjeta de crédito. ¡Tantos anuncios en la tele, en la calle que intentan convencernos a comprar esto o aquello! Y es que está cientificamente comprobando que inconscientemente o no, pensamos: " Al comprar y usar este perfume, voy a ser tan sexy como la actriz del anuncio..." A veces sentimos que de hecho contribuye para el falso y efímero aumento de nuestra autoestima. Pero las publicidades que más me gustan (además de aquellas de Skip, que apesar de ser un detergente nos acostumbra a publicidades fantásticas, bonitas y alegres. Skip es la excepción a la regla de que todos los anuncios de detergentes son aburridos, exagerados y aburridos, sí, otra vez.)
A lo que iba, aquellas publicidades que más me gustan son las campañas de sensibilización, por todo lo que nos transmiten y de la manera como lo hacen, desde las nuevas campañas contra la violencia doméstica del Ministerio de Igualdad hasta las campañas sobre la educación de los niños. Y me despido por hoy con este enlace de una campaña que debería circular hasta estar bien asimiladita por todos. Ala, aquí va: